Las Cosquillas




  ¿Cosquillas en la panza? Según Tito alguien quiso describir la sensación de los nervios del enamoramiento y eso del aleteo de una bella mariposa, para hacernos cosquillas por dentro. También me dijo que la persona que hizo popular esta historia, escondió la parte en que las mariposas, una vez que encuentran lo que quieren en una flor, van hacia otra, y jamás consiguen aquellos pétalos fotosintéticos en donde se decidieran quedar.
  ¡Eso si que tiene sentido! pensé, igual nunca terminé de entender de que se trata todo, ni siquiera cuando mamá contaba las anécdotas de sus primeros novios, y siempre me vuelvo a preguntar por qué sentir cosquillas si nadie se te acerca.
  De cosquillas reales, en cambio, si que puedo hablar. Ayer todos estaban desayunando; ¡había torta de frutillas!, bajé descalzo rápido para que no me quiten la mejor porción y, al sentarme, mi perro Tomy no tuvo mejor idea que lamerme los pies. Salté de golpe tirando todo sin sentir ninguna mariposa, pero sí el grito de ¡Beto, encima estás descalzo!.
  Tuve suerte, desde mi defensa del sector izquierdo de la mesa, dijeron que a cualquiera le podía pasar y pude escaparme de la charla aburrida que estaban teniendo. Delante mío siempre hablan algunos temas en voz baja o en mímica por miedo a que me asuste. Decían que Beatriz, que ya es grande, estaba enferma y que a Susana la asaltaron o algo así.
  Avisé que me iba al club de la vuelta a ver a los chicos, y que llevaba a Tomy, así se quedaban tranquilos porque sabe el camino a casa. Odio esto, ¡ya soy grande!, no me hacen caso cuando digo que sé volver; encima me mandaron con un celular que ni siquiera sé usar.
  Cuando llegué jugamos cartas y juegos de mesa. Mis amigos son lo más grande que hay, también vinieron con sus familias como cada verano a pasar dos meses al campo.
  Volví a casa a las siete y al otro día me levanté temprano para aprovechar el día.
  ¡Beto! -me gritaron desde abajo-, está viniendo Margarita que trajo a Nina por dos semanas para conocer el campo, bajá a saludar.
  Era lo que me faltaba, hacer de guía explorador o arruinar mi mañana para entretener a una nueva, sólo porque puede llegar a tener mi edad, no es justo.
  Llegó Margarita y nos presentó. Ella me miró seria, no pensaba sonreír ni siquiera para  quedar bien. Tenía un vestido y el pelo claro.
  Cuando todos entraron a la casa, me chistó con un seco “Eu” y la miré malhumorado.
  Abrió bien sus ojos celestes, acomodó su pelo hacia el otro lado, hizo pestañitas y me dijo casi retándome:
¿vamos a hacer algo o no? 
  Contesté al club con un “Ehhh”, ¡pésima decisión!.
  Apenas llegamos Pocho la miró mal y dijo, casi burlándose, que no se aceptaban niñas. Resultó que tenía un año más que nosotros y según ella tenía derecho a quedarse, estaba convencida. Ninguno de los seis supo que decir, entonces dijo que como nadie se oponía podía empezar la partida.
  No había otra mujer de su edad por la zona. La familia de su padre, con la que seguía en contacto, la había invitado para salir un poco de donde vivía y hacer nuevos amigos.
  Odiaba la tecnología, odiaba colgar ropa y ayudar en la cocina. Tampoco le gustaba que la controlen y con esa última frase comenzó nuestra amistad. Empezó a venir todos los días a merendar a casa, veíamos tele y jugábamos hasta que la buscaban.
  Una tarde, volviendo de comprar, me lo crucé a Pocho y me lanzó, en tono de provocación, la frase fulminante:
“La voy a invitar a salir”.
  Estaca en el pecho, esa fue la sensación. ¿Qué pasaba con Nina? Ella es mi amiga y no estaba en esos temas.
  Lo empujé y me fui en dirección a mi casa. Cuando lo perdí de vista fui rápido a buscarla para proponerle ir al parque, pero ella ya bajaba toda perfumada, saludándome con un dulce “nos vemos después”.
  Esperé unos minutos para asimilar la situación y le dije: ¡Pocho no sabe hacer nada!.
  Si no sabe hacer nada ¿por qué me lleva a la fiesta y a vos no te dejan?, contestó.
  Entré en un estado de “si no contesto, soy un perdedor”. 
  Porque no se anima a llevarte a la zona de derrumbe del bosque! fue mi remate.
  Salimos a las siete, todos creían que ellos estaban juntos.
  Agarré un machete y despejé el camino dejando el territorio libre porque el terreno estaba descuidado desde hace años. Me habían dicho que lo mejor era que, después de varios pinos, había un terreno liso en donde se veían de cerca las estrellas y la fuerza del viento te hacía correr solo.
  Corté las últimas ramas y la corriente se empezó a sentir. El cuerpo casi volaba por el impulso del aire. Daba miedo, todo era perfecto...
  Al fin llegamos, era increíble. Quise entrecruzar mis brazos con los suyos, agarrando sus manos para girar como calesita entre el viento y lo logramos. ¡No podíamos parar! Mirando hacia el cielo las estrellas formaban una argolla luminosa celeste. De repente se esfumó y una fuerte ráfaga de aire tumbó a Nina sobre el pasto.
  Vi las luces de los autos y alguien nos gritaba furioso. Era Pocho con la familia de ella; atrás llegaba la mía. La subieron, no lloró, pero me miró y se fueron dando un portazo.
  Esperé unos días y la fui a buscar. Su familia me dijo que no la busque más, que no quería verme. Yo abandoné la causa y decidí retomar el club. Con Pocho nos tratamos como si nada hubiese pasado.
  Pasaron catorce días, yo volvía del club y vi su balcón con la ropa colgada, como lo venía haciendo desde que se cayó. Bajé la mirada para seguir, miré de nuevo las sábanas mal colgadas y acordándome de ella, sonreí. Me quedé unos minutos parado, la tela se hizo translúcida por el sol y reveló una sombra escondida atrás del algodón.
  Era Nina, ¡me estaba espiando!, di un salto de la emoción. Decidí subir hasta su pieza y bajarla por las escaleras sin tanta aventura, mientras todos dormían la siesta.
  Apenas nos vimos me retó, diciendo si no la pensaba rescatar, extrañaba su carácter.
  La agarré con mi cuerpo flaco, haciendo algo así como de príncipe y la saqué de su casa, abrí la puerta pero mis piernas me traicionaron y caímos al pasto, rodando descontroladamente por el sendero en bajada, sin poder detenernos.
  La fricción de los giros destrozó mi remera y el roce del pasto empezó a rascar mi panza haciéndome reír. De repente frenamos como si hubiera habido una pared en el aire; la miré estremecido, me miró, y soltamos una carcajada asustando a las pobres mariposas que estaban tranquilas en las flores. Yo no pude dejar de mirar porque no buscaron otra flor, volaron entonces hacia arriba hasta perderse en el sol. 
  Sonreí, la traje a mi lado y seguimos riéndonos con tanta fuerza que no se si pasaron tres horas o tres días. No se trataba de sentir cosquillas, el amor eran las cosquillas ¡ahora lo sé!: si se hacen despacio pueden ser caricias y si no son cuidadosas pueden llegar a lastimar.
  Escuché Betooo, entrá que ya es tarde; pero no me importó, ni siquiera que estábamos desabrigados ni que nuestras edades sumaban ciento sesenta y tres.


// Cuento escrito para el Concurso de Relatos del Primer Amor - Metrovías
// 5to Lugar Concurso Mejor historia de Amor  - Monoblock



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