Falso balance



Hoy es 5 y diciembre, y como el tiempo este año fue una ilusión voy a adelantarme a un falso balance y a los jingles bells y preguntarme con qué me quedo. Si con el miedo que tuve a la calle, los contagios, las videollamadas, el insomnio y los quince días de cuarentena que se alargaron mil meses, o si me quedo conmigo. Con la versión que vi de mí, sin filtro. 


La que me mostró que amo las plantas pero era un amor más romántico o se ve que sólo las quería de amigas, porque me costó cuidarlas. La que me hizo ver que siempre disfruté ayudar a los demás, pero que era egoísta para ayudarme a mí. Que puedo ser muy ordenada o me tenía así, pero dame nueve meses encerrada y te sorprendo. Que el ajedrez fue como mi primer sorbo de café de chica, lo odié y después me fascinó (y esto fue cuando no había salido ni Gambito de Dama). Que cada vez que contesto: bueno beso dejo el celu, a los dos segundos lo termino agarrando. Que aunque soy ansiosa puedo vivir en el presente y que puedo ser recontra sociable, pero recontra solitaria a la vez.


Y además de mi pandémica versión, me asombré de costumbres que siempre tuve pero no registraba, como el raro hábito de dejar fútbol de fondo cada tanto cuando escribo. Me divierte más buscar una peli que verla. A veces pienso que hablo con los demás tan amorosamente como una profe de yoga, pero quizás llega más como hulk. Me encanta hacer regalos casi más que recibirlos y digamos que digo la palabra digamos quince veces por frase.


Los días de yo conmigo me demostraron que tengo una capacidad standupera para contestar situaciones, que mis escritos son 40% emocionales, 40% humorísticos y 20% autoconfesiones. Que nunca pensé extrañar tanto hacer asados y que aunque dejo libros a la mitad, este año cerré más cosas de las que pensé.

Volviendo al hilo conductor, este texto poco tiene que ver con una autobiografía, sino que va más por invitarlos a pensar cuál es su versión sacando lo trillado covídico de ¨aprendí a valorar las pequeñas cosas¨, que de por sí fue verdad y a todos nos pasó.


A ver en qué se plantaron, qué se plantearon y qué plantaron, ojo que también podría ser. 

Entonces pequeñas víctimas de un año enajenado, cambiemos el enfoque. No sólo en el futuro nos van a recordar, sino todos vamos a pensar en quienes fuimos trayendo esta imagen del capicúa 2020 como una foto de un álbum sepia.


Registren todo. Como yo que noté que detesto exportar archivos pesados, me hipnotizo viendo no sólo videos de gatitos sino de peinados, me gusta de repente una hamburguesa con ananá y el whatsapp web me altera cuando se mezcla laburo, familia y amigos. Registren todo.


Quedan 26 días para poder deliberar con qué se quedan y no hacer un balance frustrado mientras preparan apurados el vitel toné o se sienten radiantes poniéndose coquetos después de lucir modo ojotas desde marzo. Además, tienen la oportunidad de decir perdoname, la pifié, quiero ser freelance, quiero volver a la agencia o a la oficina, soy vulnerable, tengo miedo, no quiero más hacer cosas de cumplido, no tengo ganas, me gustás, hoy quiero estar sola, quiero saber qué quiero.


Todo fue un gran tutorial, pero no porque aprendí a cortarme el pelo, arreglar compus y controles remotos, sino por cómo me adapté a la incertidubre y todos, a nosotros con nosotros, (y al sonido del silencio con mil watts).


Entonces alcemos la birra en un día común de diciembre y digamos: 2020, te respeto, te odio, te quiero, te dudo, te tengo sentimientos encontrados, y te voy a recordar siempre. 


Atte, Mariana Szulman.


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