Puteadas


Putear debe ser la frase que nos queda más cómoda. Qué placer sacar el ímpetu de levantarse desganado o desganada, y recitar como poesía la bronca hacia la mismísima nada.

Puteamos el día laboral, cuando hace calor, a los pájaros que madrugan en verano a las 5 am y hasta a las madres.

Tenemos la queja en el alma. El lunfardo que nos da orgullo y que infla el pecho al producirse ese encuentro de éxtasis cuando te puteo a vos, por gil. Cuando “puteo pero no me hago cargo”, que recae en una persona común que justo estaba cruzando la calle y no oyó que nos estábamos desahogando porque nos olvidamos el barbijo, o la mímica puteadora del montoncito entre manos de qué te hacés el piola, vos desde la comodidad de tu auto, y el otro que no adivina qué película es pero sabe que tiene 5 palabras.

¡Pelotudo! decís cuando vas con la bici y te amagan a estamparte con la puerta del coche. ¡Pero que hijo de puta! cuando por un centésimo, en el programa de Guido alguien estaba a punto de llevarse el auto. La conchaaa de la lora, cuando no calculamos que el mango de la sartén se recalentó, y la puta madre… expresión mental porque tu perro eligió plena calle de inodoro y te mira el vecino o vecina que te gusta.

Así vamos por la vida, básicamente: a las puteadas.

Y entre tantas conchas, lunes maldecidos y mierdas de días, pensaba qué onda las etiquetas y qué onda nosotros.

Pobre miércoles que le tocó lo peor, dicen que no sólo es el día de la semana con más suicidios, sino que encima le hacen bullying. Y el lunes es medio panqueque, porque significa la mierda de empezar, pero cae feriado y lo amamos. Ojo, que puedo pasar todo el día con esto: la sensación térmica la liga todo el verano, las bandas amarillas del prohibido estacionar son el depósito del malestar 24hs, olvidate del despertador, uff y si te hablo de internet, si no es de mierda, hasta nos resultaría mentira.

En definitiva, amamos quejarnos más que nada en el mundo. Más que amar, más que alegrarnos, amamos el insulto, por eso cuando viajamos al extranjero es lo primero que aprendemos y nos reímos como pelotudos (ahí puteé con justa razón).

Está en nuestras venas, y hasta sería extraño decir ¡Qué gran LUNES!, o ¡vamos que estoy vivo! en vez de mandar al carajo a la vida, por vivir.

Pasa que es tan fácil quejarse… Más bien romantizamos tanto la cultura de putear y del bardeo, que hasta puteamos de felicidad: ¡Gané, la puta madre! o ¡Te lo merecés culiado!, se fue el calor del pingo (muy jujeño o tucumano).

¿Cómo sería un día sin quejas, no? Raro, demasiado raro. Pensaba algo impensado, que quizás nos gusta el énfasis argentino de sacar algo pa fuera, y entonar un mini tango con aires de grandeza. Cuestión sería probar qué cambia al cambiar el mensaje, y que siga el tono pero que se convierta en algo inspirador. No sé.. quizás lo intento, empiezo a contar cuánto de mi día tiene de estas frases y dejo un poquito a la lora en paz. Y que el hijo de puta, cuando se lo merezca, reciba la frase recontra enserio porque le di un respiro a la palabra.

Creo que dejar de putear sería un tanto imposible, pero hacerle competencia no tanto. Lo haría con algo que esté a la altura. Sino probaría por cada puteada una frase de aguante, o que la frase tenga la puteada pero al final, la otra es cambiar 3 puteadas por un ¡vamos che!!! o, en último caso, crear al menos nuevos insultos. Cada uno sabrá…

Yo por mi parte, que siempre me cuestionaba por qué a veces pesa más lo malo que lo bueno, caí en esto y en la importancia de la palabra. Y aunque un mundo extremo de optimismo sería insoportable, un tantito modificar el diálogo o al menos reflexionar, no vendría nada mal.

Por lo menos hoy en vez de mandar a la mierda a los 32 grados, dejé el celu, aproveché el balcón y escribí en vez de boludear. Che.. boludear es una extensión de un insulto… la puta madre.

Mariana Szulman

Comentarios