Reencuentro
Resbaló en un áspero suspiro perdiendo su identidad al mezclarse entre
la plaza mientras el sol de
invierno se asentaba en las esquinas. Sentía que alguien la seguía pero era sólo
el compás de su reloj que marcaba un ligero ritmo para que la situación ocurriese
con exactitud.
Varios recuerdos se sucedían de un instante a otro irrumpiendo cada
movimiento de su caminata, recordando esa extraña finca que tenía el Sr. Pollet
donde habitaban cientos de animales y donde estaba él, cultivando las infinitas
cosechas de trigo que se extendían a lo largo. Pero era sólo su pasado e iba a
tratar de obviarlo.
Faltaban tan sólo un par de metros, “Café Le Dôme”, era un nombre muy
distinguido como para no olvidar su ubicación. Mientras tanto, su recorrido era
cada vez más eterno. Distintas miradas y olores carcomían su inconsciente en
busca de aquella figura en trizas que pertenecía a su vida.
Volvían a caer imágenes, de nuevo el columpio desgastado; el sauce
inclinado; la sonrisa, pero todo se empezó a teñir de negro cuando llegó el
momento de alcanzar el blanco que transformaría su destino, el encuentro.
Entonces, desdoblando su mente, pudo distinguir la ropa en el rincón del bar,
el hecho de recuperarlo no le implicó ningún ensayo; así, hizo reaparecer su
sonrisa porque ahora ella volvía a ser suya.
Conversaron tarde entera, siempre sentados en el café. Así fue como el
silencio partió el aire y ya no existían palabras sino impulsos acelerados a
tocar su rostro. La idea del perdón desgastaba la lejana imagen de una pequeña junto
a un padre el cual la había abandonado.
De repente alzó su mano para acariciarlo y se volvió a ver junto a él
recostada, otra vez niña. Recordó que aquel día lo veía borrosamente,
desdoblado, como si estuviera mareada; su mano se seguía extendiendo.
De golpe un hueco inundó la imagen, pero el tiempo no transcurría y sin
embargo su mano, su brazo todo se desplazaba lentamente para tocarlo. Se
concentró en poder analizar por última vez ese dibujo diluido de su recuerdo y
descubrió que esas descomunales sombras que no podía descifrar, no eran mas que
guardias ubicándose detrás de su padre, tomándolo por los hombros. Entendió que
aquel día él no iría a traerle algo de beber en la finca sino que se estaba
despidiendo.
El alto de un grito ahogado fracasó en su intento de detener el
movimiento de su brazo que finalmente comprendió el absurdo, más todavía, aún
chocando con un frío barrote de hierro.
Como un espeso eco, resonaron en su oído, las palabras del guardia:
._Terminó el horario de visitas.
// Escrito en 2002
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