Mi Hija No Es Una Princesa!
Hace algún
tiempo leí una noticia que hacía referencia que en un colegio, en el día de las
princesas, una nena se vistió de pancho. -¿Por qué un pancho? -preguntó el
director. -Porque es mi comida preferida, -contestó ella segura, ganándose toda
la atención del público y convirtiéndose en la heroína de la fiesta.
Una “Princesa
Pancho”, algo increíble para un mundo de ensueño de niñas que siguen el hilo de
nuestros deseos frustrados. Simplemente,
creíamos que el mundo de grandes iba a ser Disney.
Pensándolo
bien, si mi hija fuera una princesa yo debería ser una reina ¡Que lejos estoy
de eso!, el único momento que me siento así es en la peluquería cuando me
peinan, que de por sí, nunca me hacen caso y lejos está el resultado de verme
como quiero.
Tampoco veo
equivalencias en los vestidos de seda, los diamantes, brillos, y la perfección
del maquillaje después de un día atroz de trabajo, donde el instante en que me
siento majestad, es cuando llego a casa, me suelto el pelo, cambio mis zapatos,
suspiro, abro la heladera para buscar algo rico, disfruto mi soledad o la
compañía de los que yo quiero, y sonrió por dentro sabiendo que tuve un buen
día.
¡Las
princesas no hacen nada! se lee en las redes sociales, las que cada vez más se
usan para reflejar la actitud de liberación y hartazgo de la sociedad, frente a
varios temas antes callados. Se la pasan esperando encerradas, no viven felices
para siempre, no existe el deseado príncipe azul. Incluso los chistes gráficos en
internet, recrean a Blancanieves o Cenicienta con ojeras, limpiando sus casas y
totalmente dejadas. ¡Maldigo a los cuentos de hadas que nos hicieron tanto
daño!
Es así. Yo lo pasé, cuando me di contra la pared,
odié a Walt desde su trono congelado hasta Mickey Mouse, me enfurecí con La
Sirenita, critiqué la muerte de Mufasa (Rey León padre) y la de la madre de
Bambi. -Por qué tanta crueldad,
-pensaba-, están jugando con sentimientos.
Bueno, tengo
que decirles algo...Las princesas SI EXISTEN. Están en nuestras hijas, incluso
en nosotras, y no necesariamente se visten de gala.
No hay más
belleza de princesa que ver a una nena, hija, sobrina, toda despeinada pero con
una sonrisa de tanto que jugó y corrió.
Verlos jugar, a ellos, los niños, divirtiéndose solos, o con sus
mascotas, me recuerda la ternura de la princesa Jazmín de Aladdín con su tigre.
Descubrir las muecas entre cómplices y pícaras de enanos de 5 años que se
empiezan a gustar, con sus ojos brillantes, eso es hallar a su príncipe azul o
a su bella dama.
Mi hija no es
una princesa, tiene -y es su derecho- jugar con autitos, con pelotas, con
muñecas, con flores, aviones de papel y barro. También tiene derecho a vestirse
como personajes de Disney si así lo desea. Lo importante es que pueda elegir.
No nos
equivoquemos, sólo hay que cambiar los conceptos. La admiración por un maestro,
un consejo de padre, una buena amistad, también es un príncipe azul. La
elección de no casarse, buscar un compañero (sea de cualquier género), tener
hijos, no tenerlos, ser soltera, convivir. Esa, cada meta, también lo es.
Tener un
estilo punk, hippie chic, casual, estar en medias en casa, esos van a ser los
vestidos ‘reales’.
Ansiar un
trabajo soñado, ahorrar para un viaje, irse de casa, será la espera que vimos
en los cuentos, que por el contrario a éstos, se va a dar haciendo cosas.
Los príncipes
azules si existen, no son el centro del universo y pueden ser bajitos y con
anteojos, ¡incluso mujeres!
Que asombrosa
será así la idea de la imperfección tan perfecta, que a diferencia nuestra, nos
faltó aprender que la vida empezaba donde terminaba “el felices para siempre”,
y que la frase estaba al revés, porque estamos a tiempo. Siempre es momento de
elegir la felicidad, y de enseñar a nuestros hijos. Y ser princesa también es
ser un pancho.
Ainsley, 5 años. Carolina del Norte, Estados Unidos
// Artículo escrito para http://7attitudes.com/author/mariana-szulman/ |
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