Planteos de cerebro
Me pregunto a dónde van esas
ilusiones guardadas que nos incitan a creer. La cachetada maldita que nos damos
cuando entendemos que somos diferentes a nuestra mente, porque somos
corporalmente emocionales y racionalmente corpóreos, aunque la mayoría de veces
ambas potencias peleen por protagonismo.
Entonces me molesto, y me enojo
conmigo misma, porque se corrompe lo que creí aunque ni siquiera esa creencia
tal vez era mía, tal vez era inculcada de un árbol genio de una historia genealógica
que empezó con una semilla y sembró una teoría mítica.
Qué loco es esto, no ser capaces de
distinguir qué está condicionando en este momento nuestro sentir, si el
cansancio de un año que se despide rabioso, si la emoción olvidada de los
logros transitados, o si un revuelo de sensaciones difíciles de descifrar.
Embebí el misterio de que la soledad
a veces es calma y a veces acorrala, porque nuestras metas se ensanchan para
superarse. Pero da miedo, mucho miedo, cuando no resuena ni una bocina del
exterior. Es en ese entonces, que inactivos, mordemos el anzuelo de darle
vuelta a la quietud y buscar excusas para no hacer nada, sin saber que en esa
soledad surgirá la idea para hacer demasiado.
Los chacras, la meditación, la
alineación de planetas, suponen su aura en nuestros complejos. Pero ahí
adentro, muy al fondo, cada uno tiene sus planetas internos y sus soles ajenos
para decidir cómo quiere seguir su vida.
No se eligen las tempestades que
están o que llegarán, ni tampoco el sol que corona cada piel, pero sí las ganas
de darse a uno mismo el empujón-tropiezo con que cambia un rumbo.
No estamos con Platón ni Murphy para
que de una vez por todas, más allá de sus teorías, nos expliquen cómo vivieron
el miedo a teorizar, o cuál fue el punto justo entre sus cerebros de superyo y
sus acciones. O nos cuenten cómo se enteraron que la realidad no era sólo una.
Estamos en un mundo incipiente que ruge pero pide ayuda. A su manera. Y enoja tanto que quema. Pero antes de ese mundo, está nuestro enojo amotinado que creo, tal vez, quizás, se puede convertir en energía que avanza.
Estamos en un mundo incipiente que ruge pero pide ayuda. A su manera. Y enoja tanto que quema. Pero antes de ese mundo, está nuestro enojo amotinado que creo, tal vez, quizás, se puede convertir en energía que avanza.
Es así que entre cimientos y
filosofías viejas y reclinadas, me cuestiono qué plan tendrá la vida para mí.
Si el de aprender lo que pensaba insostenible o de sostener lo que aprendía y
hacerlo camino.
Por eso, hoy, escribiendo en un día
de estilo húmedo y frío no me voy a rendir.
Quién sabe lo sublime y superlativo
de una interesante reflexión, en una tarde rara de un 21 de diciembre, se
despierte lo que estaba dormido, se encienda ese derecho de piso que me costó
la integridad anatómica de mi cerebro cansado.
Porque valió la pena de saber que el derecho no era
del piso, sino mío y me lo permití. Y si es mío, la voluntad crece. Y puedo resolver
en qué quiero empezar a creer, en qué creo y en quién creeré aunque las
ilusiones se acribillen, o revivan de alguna ceniza que quedó escondida en
algún lapso de aire, o en algún espacioso rincón de nostalgia o en alguna
corazonada del pasado.
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