Código Cómplice
Hay un lenguaje mínimo,
ingenuo e inconsciente que se crea de a dos. Situaciones de enlace inequívoco,
mediante un gesto o una palabra, que se empiezan a repetir cada vez de manera más
real, y que intervienen en un encuentro.
Hablo de los códigos cómplices
que se crean cuando algo avanza.
Él estaba ahí y le susurraba
a ella una palabra que la hacía sonreír, y en medio de pupilas fijas, salió una
forma de que responda a su nombre. Ya estaba hecho, era de los dos, era su código
cómplice.
Un día distinto surgió una anécdota,
un chiste leve y una picardía. Otro mes, una frase para no olvidar, y así
pasaban soles y lunas, y cada vez más cerca se iba forjando algo que nadie sabe
como describir.
Todos tenemos una acción con
alguien testigo. De qué manera nos damos la mano, qué situación nos recordó un
minuto exacto de una borrachera en vacaciones, cómo nos transportamos a un día
de series o películas en la que se definió que ese recuerdo no sólo quedaría en
la historia, sino que el título de esa película sería más que una película de
ahora en adelante.
Hacemos cómplice un cuento
vivido, nombrando una comida, creando un apodo, y así inventamos palabras,
pequeñas canciones, o logramos imitaciones para recordar momentos que nos
marcaron. Personajes, comedias de la vida y sucesos que solo dos partes
entienden y el resto no tiene idea de qué se estaría hablando.
Cuando ella estaba triste, él
cantó una palabra y le sacó un abrazo sin cortes.
Ella sabía que si lo miraba
con una cara particular, tenían que escaparse del cine porque la película era
mala, él sabía cuándo a ella le pasaba algo, y también qué quería comer mirando
su expresión.
Seguro existen miles de
signos, lenguajes tan preciados, tan únicos y tan valiosos, que nunca nos
pusimos a pensar cuánto valor tienen. No se comparten en las redes sociales, no
son invadidos por los factores externos, y no se van a volver a repetir con otras
personas.
Algunos códigos surgen como
resumen de una situación, como por ejemplo, en una salida, o una persona en el
colectivo que quedó en la memoria asociado a un personaje de televisión.
Los códigos que van creciendo
según el nivel en que te vas conociendo, “amor,
lindo, dulce“ se convierte, meses más tarde, en una palabra
con toda la originalidad de la situación, y tiene más o la misma ternura que en
la faceta inicial. Cada dupla sabrá la suya.
Las pistas gestuales, caminar
y encontrar una forma mejor de sujetarlo, termina siendo genial. Una expresión
en el rostro que nos causa algo, y se usa para saber que él no entiende nada de
lo que está hablando la pareja de la mesa de al lado.
Una frase con contraseña que
la decís para indicar que ya te querés ir de la reunión y que mejor preferís
dormir abrazada a él.
Son capaces de crear una
energía distinta, cambian sintonías.
Por lo general soy de anotar
algunos temas que me hacen reír, palabras que me traen un recuerdo increíble, o
un momento que viví en compañía que no hay que dejar pasar. Los capturo en una
libretita chiquita y linda. La dejo ahí, guardada durante meses. Y un tarde sin
expectativas me acuerdo que la tengo, y propongo volver allá, a esos lugares y
encuentros tan mágicos.
Leemos algunas palabras que
tanto bien nos hicieron y vuelvo al detalle del día que surgió, para
inmortalizar la marca de agua que dejó en nuestra historia.
Así pasa… Si están rememorando algún código o como se
llame, no lo dejen de lado, porque es algo increíble. Pasa de a dos, pasa entre
amigos también, pasa con nuestros hermanos y padres. Es un idioma únicamente entre
el lazo que lo habla. Es historia, es presente y nadie sabe cómo va surgiendo
hasta fijarse como parte del diálogo y la expresión.
Si en este momento de sus
vidas tienen un código cómplice con alguien, disfrútenlo. Si no, préstenle
atención cuando surja, no todos lo pueden crear y cuando pasa, es lo más simple
y lindo que van a vivir.
// Artículo escrito para http://7attitudes.com/author/mariana-szulman/
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