Carta A Mi Abuela
Querida
abuela:
Las cosas
pasaron no como me las hubiese imaginado jamás, pero de eso se trató todo,
ahora lo entendí. Dejar de imaginar el mundo y vivir con la magia que me
obsequiaste. Esa que tenía el poder de darme una hechizante dulzura y
protección, que voy a llevar el resto de mi vida.
Me pregunté
muchas veces como se llamaba ese tipo de amor, capaz de saltear generaciones y
encontrar el delicioso equilibrio entre la infancia y la sabiduría en un abrazo
o en una comida casera.
Miles de
veces, en todos estos años, reproché no tenerte al lado y deseé con locura
algún consejo tuyo ¡Me hubieras contenido tanto! Yo hubiese contado cada dulce
pliego de tu mano y me hubiera encandilado con el brillo verde de tus ojos
celestes. Me detendría a ver el viento quieto de tu pelo, tu ropa prolija. Qué
pensarías en ese entonces al acostarte. Te preguntaría cuáles son tus miedos y
los sueños que cumpliste. ¿Fuiste feliz?, ¿creías en el destino?, ¿cuál fue tu
comida preferida?
Hace algún
tiempo te compuse una canción y cociné una de tus recetas y salió bastante
bien. Quizás faltó anotar algún ingrediente secreto que seguro en un día común
resuelva.
Así va la
vida, ¿no? Ojalá haya sanado tus heridas distrayéndote con mis juguetes, ojalá
te haya hecho reír con alguna pirueta.
Yo estoy
bien, transitando el camino en donde quiero estar. Amando, viajando,
improvisando, dudando y errando. Aunque a veces me siento perdida, pero como
pasó con todo, seguro se va a acomodar solo.
Decidí
hacerte esta carta y te vuelvo a sentir en el pecho, y pensándote me recordás
que tenía que ser así.
Apareciste en
mi infancia, porque los niños absorben sin juzgar. Porque no hay abuelos de
padres sino de nietos, por eso son mágicos. Y es verdad, sé que “el hubiera” no
sirve, y que puedo recordar un momento, no un detalle, y de niña todo lo podía.
Necesitábamos tenerlos ahí en presencia, porque ahora ya están en todos lados.
¡Qué fuerte
fuiste! Cuánta vida en tus ojos y fragilidad en tu piel, que no por ser frágil,
era débil. Me creaste un cuento para creer y la intriga por el camino.
Hoy te llevo
como tatuaje en mi alma, y estás. Sin más palabras, estás. En el aire, en toda
decisión que tomo, en cada anécdota que registro, enseñándome que hay un lazo
invisible que va hacia el cielo, con un hilo de agua, que no se puede cortar.
Es así,
éramos dos contra el mundo, y lo somos. Porque lo que tuve seguirá siendo mío,
tan intacto como tu imagen. Cómplices de cada encuentro, de tan inmenso cariño,
que pensé que me faltó tiempo para darte las gracias, pero me doy cuenta que te
las estaba dando queriéndote, ¡siempre lo supiste!
Heredé tu
locura y simpatía. Llevo tus manos y lunares. Te veía como alguien grande, y
con mi ingenuidad de niña, quizás haya sabido que no se trataba de edad, eras
enorme como el sol.
Te veo y me
veo verte cocinado, dejando un legado, traspasando ternura. Entiendo tus
temores y admiro tus ganas de moverte, tus silencios justos.
Te extraño. Y
quiero que de alguna forma te llegue esta gratitud y afecto desmedido cada vez
que te nombro, y me río porque sé que no me darías ni por casualidad las
respuestas a mis preguntas para seguir cuidándome, porque me vas a seguir
viendo pequeña como siempre.
Ya empiezo a
creer que no es cuestión de parentesco, sino de decisión. Porque son abuelos
quienes entregan el corazón: los hay de sangre y de vida. Por eso cada noche
sobre la almohada puedo percatarme de tu caricia, y sé que me estás vigilando
para que todo esté bien.
Te voy a
seguir pensando, con luz, con la boca curva, mostrando los dientes, encontrándote en las gaviotas. Así encaja
todo. Cada abuelo no se va, sino que se muda al corazón, porque de esa forma,
puede vivir por siempre.
No había otra
manera. Esta carta no es para vos, sino para mí, porque te puedo llamar con el
pensamiento, porque me recordó que estás en la tinta y en el aire. Por eso, sólo por eso, cuando sea grande,
cuando sea más grande que ahora todavía… te voy a seguir recordando.
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